En un apartado de mi vida,
cuando el sol del mediodía doraba mi piel
y templaba mis venas y mi corazón,
yo había imaginado un puente,
una pasarela por donde cruzaría
los muros que de ti me separan.
Pero aquel puente jamás ha existido,
aquel puente jamás ha de existir.
Y lo sabías entonces.
¡Maldita sea!
Lo entendías, lo entendías tanto como yo.
Y a tanto cuanto, tanto, tanto, tanto…
En un apartado de mi vida,
cuando al véspero yo agitaba mi bandera
—mi propio estandarte izado sobre el puente,
el puente que yo había imaginado—
y alzaba la cerviz esperando distinguirte
entre las sombras que te esconden,
un nublo de hierro sobre mi frente se posaba.
Se posó el nublo también sobre mi alma.
Y lo sabías entonces.
¡Maldita sea!
Lo entendías, lo entendías tanto como yo.
Y a tanto cuanto, tanto, tanto, tanto…
En un apartado de mi vida,
cuando ya Morfeo en sus brazos me mecía,
cuando yo ya el puente iba subiendo,
cuando ya nada me impedía el paso
que hasta ti había de llevarme,
un acechar bajo la luna de hielo:
un cárabo sujetándose a la noche.
Vino el ave a abrirme la mirada
con su voz delgada e inquietante.
Y sobre el lecho agitó sus alas grises.
La realidad era tan extensa, tan vieja,
tan rotunda como aquel momento.
Acaso ya nunca te encontrara.
Acaso era el puente sólo un sueño.
Y lo sabías entonces.
¡Maldita sea!
Lo entendías, lo entendías tanto como yo.
Y a tanto cuanto, tanto, tanto, tanto…
En un apartado de mi vida,
cuando al ruboroso velo de la aurora
le sucedía la claridad de la mañana,
la luz intensa de los cielos y las rosas,
el tibio calor del estío,
en definitiva, cuando la eternidad
parecía algo incuestionable,
Bóreas, cruel, furioso, ofuscado,
congelaba el puente, congelaba mi alma.
Y lo sabías entonces.
¡Maldita sea!
Lo entendías, lo entendías tanto como yo.
Y a tanto cuanto, tanto, tanto, tanto…