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Irmina

Volga

Y me pareciste tú:
una viejecita vuelta a empezar,
una muchacha en la distancia
—inalcanzable como una alondra
subida al firmamento,
pero cierta como la flor en el Edén
o la nubada de tu otoño amado—.
Y me pareciste tú:
tu voz nubilosa y desprovista,
la blanca tez de arroz,
y los ojitos de cristal brillando
con la increíble luz de las estrellas.
Dócil y traviesa Volga:
del vendaval la más leve ráfaga,
un álamo temblón en la mañana,
porcelana entre esmeriles.
Callado, callado caminar del tiempo.
«Allá va mi gavilán…»
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