Ocurrió a las pocas semanas del apasionado discurso de Carmit: Ambrose Brumby, el secretario que Sibi había contratado en Londres a la muerte del capitán, se presentaba en la islita tal como una aparición. Ambrose no había dudado en acudir en nuestra busca al recibir un cable de Carmit comunicando la reciente pérdida. ¿Una regular relación epistolar con el secretario? Ahora se trataba de algo más que de mantener una estrecha conexión en la distancia. ¿Pero a qué más se debía esta visita? ¡Insólito, inimaginable, absurdo! Volvíamos a nuestra casi olvidada Inglaterra.
Carmit manifestó su disconformidad cuando Ambrose habló de la obligación de un regreso inminente. Su postura en contra de realizar el viaje se hizo más que evidente, a pesar de que en tanto mostraba sus discrepancias andaba preparando equipajes y encomendando no sé qué cosas a no sé quién que no estaba. Se reafirmaba y se volvía a reafirmar en que nuestros sueños no podían alterarse precisamente ahora, en mitad de la batalla, cuando lo que debía primar eran las emociones y las ilusiones. Una y otra vez hacía hincapié en que nuestro bienestar estaba por encima de la ley, de los hombres, de los papeles, de cualquier eventualidad, de todo absolutamente… Y hablaba y hablaba de la inquietud que sentía, de todo aquello que quedaría tan en el aire, de lo que teníamos entre manos, de lo que no habíamos terminado de hacer o de lo que ni tan siquiera habíamos comenzado. Y sabía bien lo que decía cuando me miraba sonriente y complaciente, como queriéndome enseñar qué es la vida.
Me eran tan necesarios los comentarios de Carmit: datos, testimonios, curiosidades, reseñas, observancias…Tal suerte de información me brindaba aunque fuera sin excesos sino con estudiada mesura o natural prudencia que yo me imbuía de todo lo preciso para ya no dejarlo escapar. Sus revelaciones, por calibradas que fuesen, me ayudaron a sobrevivir en un mundo no muy fácil de entender; de manera que, por mi condición de buen oyente, por propia observación y por lo que considero una notable retentiva, puedo hacer un legítimo uso de la palabra.