He sentido la necesidad de reconstruir este pequeño fragmento de mi vida, evitando así que quede perdido en los tiempos y escondido en mi memoria.
Las palabras se han ido dando paso a sí mismas, terminándose de acomodar por mí con cierta técnica, de la forma más precisa y entendible que he podido. El relato resultante no pretende ser más que una fidedigna manifestación de un acontecimiento que considero (siempre con reservas) cierto. Y porque no puedo constatar de manera rotunda —puesto que las supuestas evidencias no han podido quedar del todo acreditadas— que los hechos descritos fuesen sino los que yo percibí y como yo los percibí, dejo al juicio, a la imaginación, a la interpretación, al atrevimiento de cada quien que haya leído y entendido esta historia su conclusión, que podrá ser o no coincidente con mi verdad. Simplemente, lo consideraré un juego sin más…
Apartándome un poco del contexto de esta historia, haré una pequeña reflexión de forma genérica:
Un recuerdo, una opinión, una creencia, una sentencia, un sueño…, cualquiera de esta suerte de elementos podría considerarse una verdad. Pero pienso que serían verdades abstractas, no constatables, intransferibles. Incluso serían intransferibles a nosotros mismos, sus potenciales creadores. Más bien serían la extracción o la inserción de interpretaciones, el origen o final de nuestras ficciones o no ficciones, no verdades que podrían llegar a parecer verdades a poco que nos descuidáramos. Pienso que lo que nos ha de conducir a la verdad absoluta, a nuestras propias categóricas respuestas sobre la realidad es todo aquello que podemos comprobar, aunque en muchas ocasiones pueda dar lugar a contradicciones.
Nuestra verdad (o he decir nuestra realidad) no es la verdad de los otros. La verdad o realidad sólo nos la podemos demostrar individualmente, como una expresión de la propia conciencia. ¿Quién conoce la verdad si esta es, casi siempre, intangible e interpretable? ¡Quién puede conocer la verdad si ésta se corresponde con los fundamentos, la apreciación, la sinceridad, la voluntad o el entendimiento de quien la sostiene como tal! ¿Acaso nuestra verdad no es fruto de la curiosidad, la observación, la inteligencia y la confrontación? ¿Acaso no somos nuestra propia verdad o mentira?
Sea como sea: «Atrévete a saber. Sapere aude».
La verdad existe.