Seiscientos versos a Rabena y trece cartas más

Fragmentos de los poemas

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Seiscientos versos a Rábena

Acaso me maldigas…

I

Recuerda, Rábena, cuando me ofreciste
disfrutar del más delicioso y dulce vino,
ese mismo que en sus odas alabara Anacreonte.

Recuerda que con la copa ya cerca de mis labios
quisiste convencerme de que anduviera el camino de la vida.
Con sólo el perfume del licor se embriagó mi alma.

Yo cerré los ojos cavilando:
No habré de saber de nadie,
pues nadie habrá de entenderme, ni creerme, ni quererme.
No habrán de distraerme los rojos ababoles,
ni los astros rugientes cuando acudan a alumbrarme
con sus fastos de luz y su contento.
Acaso azote el viento mis desvencijados huesos
y los parta en tantos trozos
que pierda la esperanza de volver a sujetarlos.
Las sombras, como demonios, me saldrán al paso
y treparán por mi cuerpo con un deseo incontrolado.

Bebí, Rábena, de tu vino y de mis versos.
Dije sí a tu propuesta.
Tú trazaste un plano sobre mi alma.
Salí a la vida al levantarse la mañana.
La aurora llevaba amapolas en su vientre:
rojas almas que los céfiros volaban por la tierra.
Yo llevaba clavadas mil lanzas en el pecho.

II

Hoy se me han venido las lágrimas al alma.
He querido dormir, Rábena.
He querido dormir, pues el daño es digno de ser alejado.

He querido en el blanco de mi lecho guardarme,
para que el dulce y alado Morfeo acudiera a mí
e hiciera de mi tormento un sueño.

He querido dormir, Rábena.
He querido entre las nubes de mi cama tenerme,
como si la noche fuese a durar la vida entera.

Después, en un torrente incontrolado,
las lágrimas se han ido perdiendo.

III

¡Qué puedes esperar de mí sino ofensas,
el fracaso que hasta la infamia he de recitar ahora
y que he de proferir con las fanfarrias de una farsa,
con las fiestas que reprocha mi razón,
con los pulcros disfraces de mi corazón!
Fatalidad… Fatalidad…
¿Todo es tan fatídico como me parece?
Infortunio… Infortunio…
Las fantasías de mis versos me confortan.
Más allá de la finiestra que de par en par se abre
existe un mundo fulgurante y fabuloso;
pero en ínfimas fechorías voy pensando,
y en las afrentas que me han de fruncir la piel.
¡Qué poco afín a mí es este Fa de fas compuesto:
esa ni grave ni aguda nota que calificaré de exacta
y que escucho enfundada en mi afligido frenesí!
Fuegos que arden en mi alma,
funámbulos que con allegro tempo ruedan,
y que se aferran al enfangado de mi espíritu
—esa cuerda floja que no cesa de fluctuar—.
Hasta mí llegan las fútiles florituras de un desfile:
cada ser se afana en contemplarse sin sofoco.
Vivo en clave de Sol.
¡Pero qué Fa tan sublime y sugerente escucho!
La frecuencia de su vibración la desconozco,
mas sé que estoy en clave de Sol.
Permíteme, Rábena, un breve inciso…
Flautistas:
bufad, bufad con fuerza
y hacedme danzar en el infierno.

••• ••• •••

Si algo más que un desnudo resto,
si algo más que una migaja desmigada;
es decir, un verso colmado, rebosante
de esos signos que lo llenan de sentido,
un verso de cualquier daño ileso,
un verso inalterado, novísimo, entero
—intacta cada uno de sus letras—,
un verso ofuscado en ser parte principal
de aquello que te escribo a ti
(a ti que no dejas de profanar mi nombre,
que desorientada y ficticia y fanática
y errónea has decidido llamarme),
no pudieras en tu alma acomodar,
recuerda que nadie nació creyendo…

Si cierta estela de belleza, racional
o delirante, encontraras en una de estas voces,
en un único y explícito silencio,
acaso bebería yo de tu ardiente o dulce copa.
Pero más hará el duro corindón sobre la cendra
que en tu alma el más sentido verso.
Oh, Rábena, es lo mismo,
seiscientos versos y uno más te escribo.

Carta a una querida desconocida amiga

Yo pertenezco a un estilo de vida minucioso.
Tú, desconocida amiga, prefieres hablar de ideología.
Piensas (al menos te has formado una idea)
que dependo de esa que te ha dado
en llamar «Ideología de vida tétrica y contenida».
Y así pienso yo también, no creas,
quizá porque tales escogidas palabras
han de entenderse en una acepción más personal,
más disímil, más verdadera en su contexto:
algo prioritario por los ángulos tan únicos
que a cada una de nosotras nos conforman.
No, no voy a definirme
como un simple cuerpo geométrico, faltaría.

••• ••• •••

Carta a un fiel escéptico de los versos

Saludos, fiel escéptico de los versos.
Saludos de quien no pretende persuadirte,
sino tentarte.
Hoy todo me inspira,
todo sacude mis arterias y las desangra
en un torrente de escarlata imaginación.

¿Quién me conoce que no me haya asestado
en el pecho un golpe o me haya atravesado
con espada de infinita y obstinada punta?
¡Cuánto tiempo sin saber de nosotros mismos!
Ayer éramos ayer por tanto tiempo…

••• ••• •••

Carta al infinito tiempo

A ti, infinito tiempo, que diste con ellas,
con aquellas necesitadas de los versos.
¡Cuántas son que fueron por un momento,
que fueron por tu antes,
por tu ahora, por tu siempre!
Tú ya las conoces:

Anyte de Tegea

Anyte ha hundido sus pies descalzos en la hierba,
dando así un epigrama suyo por concluso.
Lejos de alabarla por su dórica palabra
—rumbo mi pensamiento
a cualquier lugar en donde ella pudiera hallarse—,
escribo yo mis versos esperando que una luz
de la vieja Arcadia quiera también iluminarme.
¡Oh!, poderosa y turbadora incertidumbre
que me lleva al deseo de un remoto tiempo,
más que nada por esconder mis versos
en el hondo de un ánfora de largo y fino cuello.
¡Qué mejor manera puede haber que esa!
¿O no está ocultado el arte, mil y tantas veces,
tras un grueso cortinaje que nadie se atreve a descorrer?
¿O no muere abandonado bajo losas sepulcrales
en donde sólo el olvido y el silencio habitan?
Pero, después de todo, Anyte
me ha de inspirar más que el propio Homero.

Marina Tsvetáyeva

Marina está soñando después de que la nieve
la haya sepultado bajo un gélido temblor.
La nieve no se deshace cuando Marina se despierta.
Yo quiero llorar con ella todas sus penas, todas,
no vayan sus lágrimas a perderse para siempre.
Bajo, presurosa y dolida, de mi primavera eterna
hasta el estanque de hielo celeste y blanco
donde Marina no quiere seguir soñando.
Me acuesto sobre el lecho de hielo.

••• ••• •••

Carta a una ni medio amiga

Yo sólo quería irme, desaparecer.
Me quedé contigo.
Te hablaba.
Te escuchaba.
A veces, el santo Job descansa sobre mi sombra.
Mientras, Saturno rotaba su cuerpo anillado
en un tiempo maleable e intentaba completar
su larga órbita de tantos y tantos años.

Giraba la Tierra.
Incluso cabeza abajo con respecto a otros habitantes
del planeta, yo me mantenía en digna posición
y con la respetable apariencia de un espíritu:
sagrado cendal sobre los hombros,
aljófares cayendo del helado cuello
y la palidez del lirio albergado en las mejillas.

••• ••• •••

Carta a Dios

Déjame, Dios, descansar sobre mis versos,
pues me han condenado a caminar
a ocho patas las arañas
y no consigo conducirme con acierto.
Sé que no vendrás a socorrerme.
Sé que no vendrás.

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Carta a una musa

¿Qué luz en mí encendiste, amada Musa,
cuando la fiera munda (medio mundo
me persigue y el otro medio me provoca)
vino con ciego deseo a reventar mis sueños?

Recuerda que yo quise con mi aliento
empujar la favila en mi hoguera,
los livianos pétalos de una amapola,
la niebla que enreda nuestras almas.

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Carta a Aimé

Yo quería recitarte mis poemas.
Los llevaba escondidos bajo la blusa de lino.
Tú llevabas los tuyos guardados
en una bandolera de pana marrón muy gastada.
Éramos jóvenes como niños.
Éramos tanto el uno como el otro sólo flores
en aquel venturoso momento de la tarde.
Pero nuestros pétalos sólo estaban enhebrados.

Al subir los doscientos siete altos escalones
de la torre campanario de nuestra catedral,
cantábamos y reíamos sin remisión alguna.
Yo me iba apropiando de tus pisadas
en una mínima excursión a las alturas.
Total, cincuenta y un metros no son nada.

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Carta a dos seres extraordinarios

Yo soñaba con vosotros cada día (cada día sueño).
Ese es el sueño más verdadero y fabuloso,
pues verdadero es lo que se muestra sin engaños
y fabuloso es todo aquello fuera de lo normal.

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Carta a los inocentes

¡Por qué ha de espantarte la vida!
¡Por qué si tu corazón habría de saltar de contento
y salirse del pecho para mecerse en la rama del olivo
o perderse en el esplendor de la mañana!
Ay, pero han venido a morderlo con bocado mortal,
con los afilados dientes de una bestia enloquecida.
¿Qué sabes tú, mi inocente sabio amigo?
¿Qué sabes tú, ahora que ya lo sabes todo?
Alguien cree que eres un muñeco de trapo,
tú, mi ángel, mi muchacho roto, mi niño de polvo.
Alguien ha dejado de pensar en tu vida.
Toma mi pañuelo, pequeño gorrión, cógelo:
está lavado al sol y oreado con el aire de tu jardín.
Colócalo sobre las heridas de tu corazón.

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Carta a Colombine

He sabido por mis ávidos contactos, Colombine,
que hay razón para no encontrarnos:
el collar de perlas negras que luces en tu cuello,
estuvo metido en mi armario mucho tiempo.

¡Cómo entre los paños de seda de mi alcoba,
donde guardaba yo lo más preciado,
donde escondía las prendas de mi alma,
pudiste meter la mano sin empacho!

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Carta a alguien que se fue

La vida tiene un tono azafranado
digno de los valles del infierno.
Nadie quiere saberlo.
Nadie lo entiende.
Salvaje es nuestro pensamiento,
pero calmas serán las aguas de nuestro destierro.

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Carta a un dios cualquiera

¡Qué hago yo dejada de tu mano
si cuanto sé no puede compararse
ni a lo más nimio de tu sabiduría!
Sujétame antes de que por el cantil
de mis propias emociones me despeñe.
Compartiré contigo el ardiente «auror»
o la mansa «céfira» de la tarde:
mejor alterar palabras que verdades.

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Carta a un lector desaprensivo

Vivo en Neptuno, un planeta helado:
mi condición de poeta me lo exige.
Añoro al astro Sol, ante el que un día
cruzaba el águila en su vuelo solitario,
bajo el que se doraba mi talento
y enrojecían el corazón y las rosas.

El astro Sol, más distante que nunca,
apenas ahora me calienta.
Y el águila yace desplumada y lacia
sobre los remotos cerros de la Tierra.

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