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Irmina

Robin

I

Robin es mi gato. Todas las mañanas me espera debajo de la cama para darme los buenos días y recordarme que hace lo que quiere.

Cuando me levanto, Robín se lanza sobre mis piernas y se sube por ellas como si trepara por un árbol. A veces, salta hasta mi hombro y se acomoda en él. Entonces, pienso que soy un pirata y que Robín es mi loro.

Robín es pelirrojo. Yo creía que Robín era inglés, porque me parece que los ingleses tienen el pelo rojo o naranja. Mi padre piensa lo mismo que yo, que los ingleses tienen el pelo rojo o naranja, por eso le puso a nuestro gato el nombre de Robin, en honor a Robin Hood: un personaje inglés de la Edad Media, que vivía en el bosque de Sherwood.

Mi gato Robin es un poco raro. Muchas veces, en vez de llamarlo por su nombre, le digo Pelorrojo. Entonces, me mira con cara de preocupación. Creo que este nombre no le gusta. ¿Pero por qué? Si de verdad tiene el pelo de color rojo debería estar conforme y no extrañarse. ¡Claro!, mi madre y mi hermana dicen que el nombre es sagrado y para toda la vida y que Robin lo sabe.

La semana pasada Robin se perdió. Lo buscamos durante tres horas por toda la casa: debajo de las camas, en los armarios, en la lavadora, en la bañera, detrás del sofá, en un viejo baúl. Pero Robín no aparecía por ningún sitio. Era algo increíble y misterioso.

Mi madre dijo que deberíamos buscarlo en la calle. ¿En la calle? Mi padre y yo pensamos que eso era absurdo, que Robin no podía estar en la calle porque nadie había abierto la puerta de la casa. Pero mi madre dijo que de todas maneras bajaríamos a buscar a Robin, ya que podía haber salido por alguna ventana o por el balcón. Yo estaba realmente asustado, imaginando que nunca más volvería a verlo.

Mi hermana podía quedarse en casa. Y todo porque es una completa adolescente y necesita dos horas para arreglarse cuando hay que salir.

Mi hermana se llama Olivia y tiene trece años. Yo me llamo Eleazar y tengo diez. Este nombre sé que es algo desconocido, pero mis padres dicen que el nombre da categoría a la persona y la hace particularmente especial.

II

Justo debajo de nuestra casa hay un pequeño parque. Está rodeado de bonitas plantas y flores. En el centro tiene una casita de madera para que los niños juguemos en ella.

La casita está pintada de rojo, verde y azul. Es como un palafito, que es una vivienda construida sobre estacas. Para entrar en ella hay que subir por una escalerita de cuerda. A mi madre esta escalerita le parece muy peligrosa. Dice que es muy arriesgado trepar por allí. Y me repite, una y otra vez, que verme subir y bajar le produce vértigos y espeluznantes pesadillas.

Nada más bajar, lo primero que hacemos es ir al parque. Cuando llegamos, nos ponemos a llamar a Robin y a buscarlo entre los niños que juegan.

Mi madre se acerca a unas señoras que cotorrean. Como siempre dice ella, algunas madres van al parque a cotorrear. Pero las saluda y les pregunta si han visto un gatito de color rojo que se nos ha perdido. Las señoras niegan con la cabeza y siguen con su cháchara, sin prestarnos más atención.

Mi padre mira dentro de las papeleras porque Robin tiene costumbre de meterse en los sitios más difíciles. Pero eso es cosa de gatos, ya que son felinos y su curiosidad les puede.

Robin no está en las papeleras, ni en la casita de madera a la que yo me encaramo sin que mi madre se dé cuenta. Tampoco está debajo de los bancos, ni detrás de la fuente. ¡No está en ningún sitio!

De pronto, mi padre me coge de la mano y dice que hay que buscar más allá. Y más allá es por toda la calle, arriba y abajo, arriba y abajo…

Nos vamos asomando por debajo de todos los coches, a un lado y otro de la acera. Mi madre acude adonde estamos y nos dice que va a volver a casa y que va a peinar los rellanos y las escaleras. ¿Peinar? También dice que va a mirar en el garaje.

III

Las campanas del campanario dan las siete de la tarde. De pronto, mi padre y yo, sin saber bien por qué, salimos corriendo hacia el parque.

Cuando llegamos, mi madre y Olivia están también allí. Mi madre parece algo alterada. Dice que Robin está muy cerca, que es un presentimiento, que desde el primer momento hemos buscado en el parque y que eso es por algo.

Nos sentamos en un banco a esperar. Todo el mundo se está marchando ya: los niños que juegan, las señoras que cotorrean, un abuelito al que también le hemos preguntado por Robin y que lleva un bastón para caminar.

De repente, escuchamos un ruidito. Nos giramos y vemos una cabecita roja asomando entre los verdes y floridos setos. ¡Qué sorpresa, es nuestro pequeño Robin de los bosques! Parece extraño, pero según mi madre, los cuatro habíamos tenido la misma intuición: Robin nos había llamado y nosotros lo habíamos percibido.

FIN

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