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Irmina

Pitio

Cuando junte todas las palabras
y las reparta entre las silenciosas líneas
de un día cualquiera —de hace miles de años,
o de dentro de otros miles, o acaso
de este fiel segundo— con la más sugestiva,
oportuna e inspirada disposición,
y esas frases que construya no sean sino
el sentir del tiempo que me está aconteciendo,
el pensamiento de la alejada historia
o aquello ignorado que alguna vez será…,
entonces, todo adquirirá un sentido.
Pero me quedaré sin nombres, adjetivos,
verbos suficientes con los que expresarme.
Porque necesitaré el vocablo inexistente,
el término indicado, la expresión perfecta,
aquello que sólo se encuentra en el alma.
No me sabrán los tiempos sino por ellas,
por las palabras poderosas y eternas:
Pitio, Cáliga, Azimut, Aloque, Castro...
¡Oh!, este borbote de sustantivos,
esta jauría de conjugaciones,
esta usina de artículos,
este cúmulo de interjecciones:
palabras que me trascienden,
símbolos que con su furia, su desgana,
su firmeza o su dolor me están llamando.
¡Tremenda voz esta que digo!
Cuando junte todas las palabras,
cuando las palabras me ofrezcan su razón
y sentimiento, entonces, entonces,
todo adquirirá un sentido.
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