Como si una agria papilla por mi garganta cayera,
hasta el corazón ya hastiado y jadeante,
viejo, sin condición ninguna de nada,
harto de probabilidades y medidas.
«¿No querrás que rompa a llorar?», te digo.
¡Ay, qué pena de vida es esta, vida mía!
Y así, desnutrido se queda el día, inservible.
Tú dirás que desapacible, pues sabes lo que dices;
no te entretienes en simplezas ni excentricidades.
Sabes que cada cosa tiene su exacto nombre,
pero a mí me gusta que no me entiendas,
no entenderte. Acaso nos entendemos a veces.
Nos entendemos siempre que queremos.
Qué huraña es la mañana cuando me levanto,
cuando tomo la papilla que no se quien ha preparado.