La noche en la vacía cuenca de los ojos,
la sangre en su cauce retenida,
los roídos huesos ya sepultos,
la ausencia en la memoria…
En la silente boca se pierde el beso,
y el corazón su ritmo detiene sin tormento.
No transcurre el perpetuo curso de los siglos.
¡Dame, Dios, tus manos poderosas!