Derrumbada sobre el duro plano,
indefensa, muertecilla está mi gata.
Sin aliento alguno se me va escapando,
se me va escapando…, mas conmigo,
por un instante, sigue. «¡Missi!,
¡Missi, Missi, mi animalillo loco,
mi vieja lanuda desatada!
¡No te vayas!
¡No te vayas, mi celosilla arisca!
Si pudiera darte la fuerza que te falta,
el aire que no encuentras,
mi querida felina acechadora».
Pero mi gata se me muere.
Se muere con un sufrimiento gatuno y silencioso.
«¡Vuelve, mi pequeña demoniaca!
¡Vuelve, vuelve!
¡No me dejes!»