La negra diagonal que cruza tu cara bella
de un tajo rompe su blancura ardiente,
esa luz imposible, prístina, violenta;
esa luz que te hace parecer níveo Sol en mi ventano;
esa luz que se desprende de tu rostro y que me daña;
esa luz hecha de relámpago candente,
de trémulos zafiros, de cegadora y álgida lumbre.
¡Ay!, luna querida, reposa en el plácido lecho
que inventó tu aura divina y milagrosa,
tu encendido y abrasador silencio,
tu semblante incandescente y tembloroso.
Más alta que mi mano nunca alcanzar pueda,
más alta que mi loco pensamiento,
prendida en el todo negro y azul de lo infinito,
sola, tan sola que tu soledad me espanta,
sorprendentemente relumbrosa, inmaculada.
Luna, mi aurora toda tú de lado a lado.