Ninguna lágrima a llorarte, ¡ya no!
Ni corona a los cielos ofrecer para tenerte.
O, por ventura, un hechizo que viniera
de tu mano dejarlo mudar el sentimiento.
¡Ya no!, ninguna lágrima a llorarte.
Ninguna lágrima que empape el corazón
y lo confunda, sino que se me huya rauda,
en estampida, sin aún ser lágrima ninguna.
Azul de lirio te he imaginado:
tu silueta trazando su belleza en la mañana.
¡Ay!, y quisieras parecer cosa distinta.
Pero ya no es tiempo, lancero al alma,
jinete que partes a enfrentarte con sombras
y centauros y titanes de otros mundos.
Ninguna lágrima a llorarte, ¡ya no!.
Ni eterno cendal que cubriera mis heridas,
ni turquesa o zafiro de incalculable oriente
que me dieras. ¡No, ya no! ¡Ya no!
No una lágrima: ninguna lágrima a llorarte.
Ninguna lágrima a llorarte, ¡ya no!
Ni una lágrima sentirla correr como si arroyo
o la lluvia más ardiente fuese. ¡Ya no! ¡Ya no!
¡Nunca! Sólo silencio, silencio revertido,
silencio en tus labios y en los míos.
Ninguna lágrima a llorarte, ¡ya no!
Ni ebúrnea luna que alcanzaras por tentarme,
ni estrella que rumbo o destino alguno siga,
ni blanca blonda que dejara el Aquilón
por encontrarme. ¡No, ya no! ¡Ya no!
Ninguna lágrima a llorarte, ¡ya no!
Ni yesca que prenda el pecho helado,
ni castillo de mármol que me guarde,
ni tálamo florido en que me esperes,
ni aquello que antaño ocupara mi existencia.
¡No! ¡Ninguna lágrima a llorarte! ¡Ya no!