Aspira a convertir el corazón en versos su infortunio.
¿Acaso no será ese su único consuelo?
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Dedico al alma estos versos fantasmales,
pues más me ha de atraer lo eterno que lo finito.
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Un desapacible sentimiento me incita a fabular.
¡Benditos versos me inundan entonces!
Fragmentos de algunos poemas
(En móviles, usando la orientación vertical, los versos pueden quedar fraccionados. Por ello, es recomendable cambiar a la orientación horizontal)
Rondar de las penas
No coloqué los verbos en su sitio,
no emparejé sílaba con nota alguna,
no dejé que escaparan las gracias de mi alma.
Se me fue yendo el sentimiento.
Posé en mi regazó el corvo de la guitarra,
mas no pude pulsar los tensados hilos:
mis dedos de espuma sangraban.
Se me fueron volando las manos.
Se me fueron perdiendo las cuerdas.
Quise bailar para apartar mi suplicio,
pero no se tenía mi falda de raso,
ni se tenían las cintas de mis zapatos,
ni me acoplaba el cuerpo goyesco;
y las horquillas que me repeinaban
como aguijones se me clavaban.
Dejé la flor que nunca encontré
en un lado de mi pensamiento,
al otro lado puse una peina de concha.
Me busqué en el espejo dorado
de la cruel y loca imaginación.
¡Ay, Dios!
¿Qué ventolera soltó la flor de mi pelo?
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A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo
¿Quién me dejó perdida en el camino,
aquí, a medio florecer de la conciencia?
¿Quién moldeó mi cuerpo con argila
y se sentó buenamente a contemplarlo
y a ver cómo cocía su blancura?
Busco en mi rosa de los vientos
la flor de lis que apunta al Norte.
Vine a nacer donde no toca.
Y vine a descarnarme como el muerto animal
que al voraz buitre se ofrece.
Vine, como una Ofelia enamorada y loca
o como un bello Narciso vanidoso,
a ahogarme en las aguas de la vida.
¡Cuántas penas en mi cansado pecho
al pasar por el otoño menos mío!
¡Cuánto silencio en tu frente de alabastro
al corte de cizalla que ha de abrirte paso!
Mira tu reloj.
Has venido a nacer cuando no toca,
casi ya cubierto tu ser de rosas y claveles,
cuarteada tu joven piel por el viento helado,
herida tu carne por la afilada espada
que al cincho llevamos cada uno.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.
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Champollion
¿Eran nubes o montañas?
Eran nubes más allá del firmamento,
un sembrado de nieve rosa.
Eran solamente nubes,
más claras donde se agitaba el viento.
Querido Champollion:
Invento por ti un vocablo: lugret.
Y un nuevo nombre adopto yo: Eos,
nadie que pueda compararse
a quien dejó que la noche no acabará.
Tú no dejarás de ser Champollion
(mi mejor amigo pese a todo).
Sí, porque ocurre que me llamaste loca.
Y me nombraste, en cualquier idioma,
reina de todas las enloquecidas,
loca (valga esta redundancia poética).
No consciente eras de mi suerte.
¡Qué trance! ¡Perverso tiempo!
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Hasta que pueda verte
Y yo persisto pese a todo…
Y pese a todo, oscuras sombras
—en la tarde en que te escribo—
vienen como cuervos a buscarme.
Sólo el cadáver ardiente de una rosa
puede entender mi sentimiento.
Ya no hay salvación posible:
no hay más escalones que bajar.
Raven. Raven.
Estos cuervos no perdonan.
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Rosa rosae
Yo iba mirando los cerezos uno a uno.
Era mi consuelo contemplarlos,
la manera de no golpear mi alma.
Pero a las doce en punto del mediodía,
dos horas después de iniciar mi paseo,
ya era Rosamunda: la princesa gépida.
Blanco de Cárpatos y viento.
Rosa rosae, rosa rosae.
Bien pronto aborrecí a Rosamunda,
pues llegaron a mí atroces ecos del siglo VI.
¡Líbreme Dios!
Me convertí en cerezo (familia Rosaceae).
Miles de pétalos caían a mis pies
con su efímero y ligerísimo rosado.
Quedé desvestida y sin perfume:
era invierno en la primavera de abril.
Quise ser entonces roja rosa en tu jardín,
para pinchar tus blancas manos
cuando acercaras el filo de tu espada.
Rosa rosae, rosa rosae.
¡Pero cómo dejar que el rojo sangre
salpicara tu dorada corona de laurel!
Esquivarte era mi consuelo,
la manera de no golpear mi alma.
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Las mentiras
Las mentiras forman parte de la vida.
Incluso tú, que traes hoy un pliego
de acusaciones contra mí, eres una mentira.
También lo son mis vecinas,
que suben y bajan la escalera sin mirarme
porque se sienten avergonzadas
de no ser más que acérrimas vecinas.
Ellas, las pobrecitas, no me conocen,
no saben de mí ni mi nombre.
Piensan que salgo por el Este,
como el astro Sol cuando amanece.
Pero si la Tierra está flotante
—su velocidad orbital así la mantiene—
en cualquier punto del Universo…
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