En ciernes de ser yo

Fragmentos

Mi estrella

Gracias a la luz que del exterior le llegaba, el modesto y minúsculo agujero se volvía tan brillante como una estrella.

Mi estrella era un simple y diminuto agujero en la persiana de mi habitación. Cuando el ferroso gris de la noche ondeaba sobre mí y sobre mi entorno, buscaba el agujero con el anhelo de una niña incrédula y temerosa. Y si Morfeo pretendía arrastrarme tras de él, apremiándome a cerrar los ojos para dejar a la vida transformarse en sueño, me soltaba de su mano con violencia: era nuestro desafío.

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El ojo de Dios

Debido a mi corta edad, el mundo me resultaba grande, demasiado grande. Y, paradójicamente, también me parecía escaso, muy escaso. Me resultaba tan escaso como una hora de simple y llana emoción. Aun así, le reconocía al mundo un cierto esplendor. Pero era ese un esplendor que se dejaba velar por lo vulgar e intrascendente, de manera que ni un ápice de tal brillo tenía validez. Diría que el mundo era un abstracto enemigo del que intentaba alejarme y del que quería formar parte. Eso era algo bastante complicado.

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El corazón decreciente

Creía en aquellos tiempos —memorables días de mi infancia— que mi corazón era el mejor lugar donde refugiarme. Para ello pensé que tendría que arquearme, recogerme, casi fundirme con ese mi propio corazón. Y así hice. Con pena por aquello amado que me era más próximo, entré en el corazón.

Ya adentro, sólo escuchaba mi latido: único, acompasado, hermoso, leve, inocente; diría que perfecto… Había dejado el áspero y prosaico mundo para sentirme a mí misma. Mi corazón y yo éramos lo mismo.

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Cajitas sorpresivas

Que yo no fuera una niña tan pequeña como pueda suponer quien lea estas palabras no quiere decir que hubiera dejado de ser una ingenua e inocente criatura a quien todavía se colmaba de sanos principios, parabienes instructivos y divertidos juegos. Con tal especie de aseveración, vengo a referirme al tiempo más beneficioso y expresivo de mi existencia. Un tiempo que se fue ampliando y reformando con mesura.

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Presentación y estado

Mi nombre era Arlina Castro de Águilas. En este momento inexistente no tengo nombre ni edad. Descanso en un lugar espacioso, callado, apacible, desconocido por otros… Aunque no respiro, sigo implicada en mi existencia. La luz que me envuelve me permite saber lo que fui. Soy absolutamente libre. Soy feliz. Algunos seres me acompañan. Yo los acompaño a ellos.

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