Vuela el pájaro verdejo el horizonte extremo,
siguiendo la línea que alcanzo a ver desde mi sueño.
Y se pasea sin pudor hasta el vacío
de una lumbrera que se entreabre al infinito.
Siento miedo de este sorprendente viajero
que lucha en su vuelo intrascendente y hábil
contra el blanco destello de la luna.
En su volar constante muestra su verdor:
con la presunción etérea de un insecto.
Vuela el pájaro verdejo el horizonte extremo,
siguiendo la línea que alcanzo a ver desde mi sueño.
Y escucho su esqueleto menudo desplegarse
en el interminable cielo de mi alcoba.
Sigo su vuelo atentamente y veo cómo se acerca
a la comba desnudez de mi espalda:
el aleteo de sus alas golpea mi reposo.
Siento miedo de este sorprendente viajero
que, una y otra vez, en su plumífero vaivén
se acerca al lecho que me guarda.
En un pedazo de silencio abro mis ojos,
cuando aún la madrugada no es mañana.
En la claridad difusa me incorporo
sin más afán que no dormirme.
Perdido en la memoria, sin rumbo alguno,
vuela y vuela y vuela el pájaro verdejo.