I ABISMOS Y VEREDAS
Hay negros abismos en mis sueños.
Hay veredas blancas que siguen la pendiente
hasta vencer su cima. Hay hermosos seres
que juegan en la calma del estío.
Hay bosques de corales y de flores y de espejos.
Hay astros que centellan sus cuchillos afilados
en lo alto, siempre en lo más alto. Allí,
como si de un cielo se tratara, está el mañana:
inmensurable, anhelante, tan desconocido…
Porque el tiempo del ayer no ha de volver,
dejemos que como enmudecido espectro
se desvanezca en la más íntima eternidad.
Desechemos la alharaca propia de los necios.
No habremos más que buscar la libertad
y la fecunda haza donde cosechar sin miedo
los más rebeldes y dilatados silencios,
las más exactas, ciertas y hábiles palabras.
Quizá olvidar, perder la cuenta, soñar, soñar,
sólo soñar, soñar que somos, vencer la cima.
Acaso dar un paso atrás y envolvernos
en delirante hora quisiéramos, por segundos
disfrutar: rubicundos y ciegos y confusos,
y sentirnos deshacer en mil átomos sagrados.
¡Pero ahora no!
¡Ahora no, Sombra amada!
Tantos siglos ya vividos nos contenten.
Soñemos alumbradoras lunas cuando el luto
de la noche nos sorprenda, arrebolados soles,
densos pliegues de un tiempo que será;
y sobre el tiempo, un pájaro cantando:
pájaro que sea centinela, guardián, custodio,
protector de nuestros tiempos nuevos.
Soñemos, soñemos. Sólo soñar queramos.
Los astros centellan sus cuchillos afilados
en lo alto, siempre en lo más alto. Allí,
como si de un cielo se tratara, está el mañana:
inmensurable, anhelante, tan desconocido…
II ACASO OTRO OCTUBRE
Vivir, vivir, vivir…,
acaso para esquivar el tiempo,
para no creerlo, para no sentirlo, para no tenerlo,
para no dejarlo ser sino luz invertebrada,
fluido sin vertiente, sonar del aire que tremola.
Si un día «mañana» fuese y, Sombra amada,
derribáramos los hierros que nos dañan
o las losas que aplastan nuestras almas
—calma yo y agarrada, como siempre,
al delgado hilo que es la vida—, dejaría
que otro octubre se nos presentara.
Vivir, vivir, vivir…
Acaso dar un paso atrás y envolvernos
en delirante hora quisiéramos, por segundos
disfrutar: rubicundos y ciegos y confusos,
y sentirnos deshacer en mil átomos sagrados.
¡Pero ahora no!
¡Ahora no, Sombra amada!
Tantos siglos ya vividos nos contenten.