¡Atentos! ¡Alerta!
¡El duende Crispín se escabulle!
¡Y va saltando las flores
y amontonando frambuesas!
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Se ha puesto unas medias
más verdes que el tilo.
Yo diría que es el sapo gracioso
que en la charca desafina.
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Ya ha catado el puchero,
ya ha revuelto el ropero
y ha perseguido a las ocas.
¡Y no le importa meterse conmigo!
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Cuando aparece la luna,
brillantes escarpines se calza.
Y se coloca el sombrero de pana
para asaltar las dehesas
y alborotar en los sueños.
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Por los bosques, por los valles,
por las sendas, por los montes…
¿Quién ha visto al duendecillo?
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Por los alcores se marcha;
sonetos va recitando
del mismísimo Quevedo:
«Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del cielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día».
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Escondidito en un árbol
del que cuelgan mil hojuelas,
sonríe el duende rebelde.
Ramitas de boj son sus huesos;
ramitas que encorvan y estiran
y quiebran entre los nublos
y sombras y astros del cielo.
