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Irmina

Eco y Narciso

I EL ENCUENTRO

Un bosque en reposada sombra,
una luz ligeramente imaginaria,
una flor de oro en mi pecho retenida.
Conmovida está mi alma
por la hermosura que desprende
una silueta que se acerca.
Es Narciso, que viene hasta mis brazos.
Pero en mis brazos siento sólo
el viento helado del desprecio.
¡Oh!, inconmovible bello.
Con un sueño lo confundo…
Queda el corazón abandonado y hueco,
seca la flor de oro esplendorosa.
Narciso escucha mi grito de dolor,
el grito que incesante me responde,
la voz que atormentada se repite.

II PRECIARSE POR BELLO

Sobre la quietud el sol se posa.
Abre los ojos el hermoso por ver
cómo el espejo de agua lo descubre.
¡Cómo brilla sobre el lago su belleza!
¡Cuánto su apariencia a una flor recuerda!
¡Bello, bello, bello,
ahora infortunado amante,
mi querido y adorado hermoso!
¡Un beso naufragado!
En el agua, donde su imagen se detiene,
se sigue contemplando.
Pero el ser enamorado, muerto,
inexistente que allí habita lo repudia
con la insolencia de lo bello.
Pone una flor el cielo donde se puso el beso.
¡Donde una flor se ponga, bello Narciso,
se ponga la hermosura eterna!

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