Y estuve a verte.
Y por verte me supe sin sentido.
Y me huiste corriendo por los cuestos,
por los campos llenados de espesura,
por las tibias mares levantinas,
los alcores y los gritos de los vientos.
Y me fui de mí, como se va la vida,
como la cordura se va. Y me fui de mí,
a escapar contigo, a saber de hechizos,
a trenzar los ramos de los murtos
y cruzar los polvos del camino.
Pero quedé en el techo de mi pensamiento,
como altísimo pájaro de piedra,
con los vuelos clavados en el aire
y los trinos afinándose en el pecho.
Y se abrieron los ventanos de lo oscuro.
Y en tus ojos se brillaron los luceros.
Y tus pasos se anduvieron por las puentes
y se fueron más allá de los olivos.
Y non tornaste y non volviste de los claros
y los fríos. Y del pálido desierto non tornaste
ni volviste. Non tornaste del céfiro de mayo
ni del vendaval ni de los áureos trigos.
¿Qué perder es menos: perder los sueños
o tu corazón perderlo entero?
¿Y qué amor es éste que se está callado,
que se está tendido en los fondos de los ríos,
que se está yacido en los blancos nevados
o en los candentes fierros del estío?
¿Cuál amor es éste que parece ausentado,
que parece olvidado en el espumo de los cielos
y en los nublos nublados del averno?
¿Cuál amor es éste que espera iluminarse
con los bombillos y los soles de tu frente?
¿Qué vida más estimo: la tuya que me huye
a través de los tupidos valles de tus sueños
por donde te persigo como el aire
o la mía que sucédeme infinita y penetrante?
¡Y tanto serte y existirte que non vivo!
¡Y non hallarte y non haberte
es non serme ni tenerme ni sentirme!
Y tanta vida me desborda y se me sale,
y se desata de canillas y bobinas y carretes.
Y en tu oscuro pelo tanta vida se me ovilla.
Y a encontrarte voy llevándome conmigo.
Y tú faltándome de todo momento, de todo lugar
y término: de domos y de vanos y de extremos
y de orillos y de lados y del vórtice que gira
más allá de los mundos conocidos.
Si yo del todo te perdiera…
Si en las cavas o en los frisos te perdiera…
Si te perdiera en los tajos, en los lodos,
en los llanos o por donde los astros desfallecen,
non cabría más martirio ni tortura ni tormento.
Y si nunca en tu boca me sintieras,
llévenme los dioses si nunca me sintieras,
y llévenme los hados y los sustos y las suertes
y los encrespados fuegos o los témpanos helados,
y la desventura lléveme y múdeme en silencio,
para siempre múdeme en silencio.
Y si te mentara en los rezos y de nuevo
non te hallara hasta mis cueros llevaría.
Y me llevaría los huesos. Y el aire me quitaría
por verte brotar entre los huecos de los cielos.
Y si yo tornara a oír los ecos de tus besos
o te tuviera en los palmos de mis manos
o, al menos, contemplarte en los lejos más distantes
y en los pretéritos pudiera, engaño seguro me sería.
En ángel non existe más semejanza que la tuya.
¡Ay, sino mío!, si mañana te encontrara
en los azulosos y encerados reinos donde habitas,
jamás nunca yo me hartaría de alabarte,
de aplaudirte, de donarte mil claveles y mil lunas.
Pero suspira mi ánima cenceña y revenida.
Y derraman tantos miles de lágrimas mis ojos
que me ciego. Me ciego, me ciego y desordeno;
y sin juicio ni razón ni entendimiento quedo.
Te escurriste por las charcas, rampa abajo;
por la parte de poniente te volaste todo entero;
hasta las puntas de los polos te marchaste.
Mas non quiero haberme sin el rojo de tu sangre,
sin la esfera que tan radiante y curvada te tiene,
sin los verdes laureles que te envuelven.
Pero cualquiera hora es el tiempo
en que revientan los tabales y panderos,
en que las endulzadas flautas se suspiran.
Cualquiera, cualquiera hora es el tiempo
en que se devanan las seseras más sesudas,
en que se muelen las almortas y se arrullan las sisellas.