Céfiro del alba

Que la palabra me conduzca sin reserva,
desde el Oriente que levanta su cerúlea mañana
al Occidente donde su luz esparce el astro.
De lo juicioso y sabio a la futesa más inmensa.
De lo absurdamente cierto a la realidad imaginaria.

Que en este trayecto de idas y venidas,
de huidas y regresos, sin más que la expresión,
el alma en el verso se acomode.

Fragmentos de algunos poemas

(En móviles, usando la orientación vertical, los versos pueden quedar fraccionados. Por ello, es recomendable cambiar a la orientación horizontal)

DISCERNIMIENTO

Y estuve a verte.
Y por verte me supe sin sentido.
Y me huiste corriendo por los cuestos,
por los campos llenados de espesura,
por las tibias mares levantinas,
los alcores y los gritos de los vientos.

Y me fui de mí, como se va la vida,
como la cordura se va. Y me fui de mí,
a escapar contigo, a saber de hechizos,
a trenzar los ramos de los murtos
y cruzar los polvos del camino.

Pero quedé en el techo de mi pensamiento,
como altísimo pájaro de piedra,
con los vuelos clavados en el aire
y los trinos afinándose en el pecho.

Y se abrieron los ventanos de lo oscuro.
Y en tus ojos se brillaron los luceros.
Y tus pasos se anduvieron por las puentes
y se fueron más allá de los olivos.

Y non tornaste y non volviste de los claros
y los fríos. Y del pálido desierto non tornaste
ni volviste. Non tornaste del céfiro de mayo
ni del vendaval ni de los áureos trigos.

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LANCERO AL ALMA

Ninguna lágrima a llorarte, ¡ya no!
Ni corona a los cielos ofrecer para tenerte.
O, por ventura, un hechizo que viniera
de tu mano dejarlo mudar el sentimiento.

¡Ya no!, ninguna lágrima a llorarte.
Ninguna lágrima que empape el corazón
y lo confunda, sino que se me huya rauda,
en estampida, sin aún ser lágrima ninguna.

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ALDABA LLAMADORA

¡Qué dirá mi corazón cuando lo encuentres!
¡Qué dirá mi corazón,
este corazón que como alcazaba se amuralla,
que tras almajar de seda se oculta,
que en zafra de plata se encierra!
¡Qué dirá mi corazón cuando lo encuentres,
este corazón que me guardo en la alforja
y que me escondo en las ramblas!
¡Qué dirá! ¡Qué dirá mi corazón!
¡Ay!, este corazón se acicala en los zocos
con su blanco de jazmines desbordados,
su encendidísimo rojo de ababoles
y su oscuro de duros azabaches.
¡Qué majara sentimiento,
qué majareta sentir lo convierte en atabal,
en aldaba llamadora que golpea el pecho
en el siroco de la noche!

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LA ROCA EN EL CAMINO

Cruzaba yo hacia el poniente de la tarde.
Y mientras cruzaba y me escapaba,
cruda, fría, desgarrada veía la roca.
Yo la veía. Y la miraba.
La miraba y la sentía sobre el alma.
Y unos ojos en ella me miraban,
me miraban a pesar de lo inerte de la piedra.
Y la vida fijaba sus puntos y sus bases.
Y se sujetaba. A mí se sujetaba.
A mí, la vida para permitirme nuevas vidas.
Y yo seguía cruzando, cruzando,
cruzando hacia el poniente de la tarde.

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«Adiós, piedra de agua como un río»,
le dije a la roca de verdes marchitados,
de dulce mirar, de negro oscuro,
de anaranjados soles relumbrantes.
«Adiós, piedra de soldadas almas
que nacen en tus estrías onduladas,
en los surcos constantes de tus faldas,
en la sombreada cumbre de tu pelo.
Adiós, pues ya no sentiré en tus sienes
el latir del corazón más compasivo,
el latir de una piedra fría, dura, agrietada».
Y yo continuaba cruzando, cruzando,
cruzando hacia el poniente de la tarde.

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ALFOMBRAS A TU PASO

Alma, minúscula velera, cierta velera de mi vida.
Velera, velera, en la tempestad doblemente mía.
Huidiza y deslumbrante como el rayo milagroso.
Rodela, rodela en el espejismo de la vida,
cubriendo mi pecho que de alondras se ha llenado.
Pero hoy se ha estrellado rabiosa y se ha rompido.
Y yo, inocente, he dicho:
«Alfombras a tu paso y cítaras sonando».

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CÉFIRO DEL ALBA

«Alcen áncoras, tiendan velas»
Romancero español

Me dejaré llevar por el céfiro del alba.
Y arribaré a un vacío mundo
dónde no pueda tu cólera alcanzarme.
Desde el piélago dorado que guardará
mi alma avistaré las elevadas cumbres
y las playas de ónice inundadas.
Llegaré en el crepúsculo del tiempo,
cuando la luz en pequeñas lunas se desgrane,
cuando el pasado lejano no recuerde.
Me dejaré llevar por el céfiro del alba.
Y arribaré a un vacío mundo
dónde no pueda tu cólera alcanzarme.

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UN PENSAMIENTO MÁS QUE NADA

Mis viejas amigas —viejas por antiguas—
poseen el don de otras mujeres.
Yo he venido a desacreditarlas,
pues permitieron que mis opiniones
aparentaran sinrazones cuanto menos.
Llamaban ellas al orden de sus felicísimas,
fáciles y estériles condescendencias.
«Excéntrica intolerante» pensaban de mí,
decían perdiendo toda tolerancia.

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CONFUSIÓN

Vivo al arrullo de mis dioses.
Vivo…
Y en mi alma verdadera me reflejo:
olvidanza de mis sueños.
¿Confusión?
Te aturdiré:
me echarás de tu lado.
Me echarás, como a un molesto insecto.
Me iré de tu lado…
Me iré…
Midiendo, tanteando, ensayando vivo
cada uno de mis sueños.
Vivo al arrullo de mis dioses.
Olvidanza…
Sueños…
Reflejo de mi alma.
Basta con que un pájaro trepe…
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?

POEMA PARA UNA DIABLA

Poema para una diabla piadosa
que parece una indócil obediente,
que colorida va de un blanco mudo
o de un oscuro del todo transparente.
Hacia Edemburga va, hacia Edemburga…

Poema para una diabla piadosa,
díscola de cualquier consigna,
contraria a la autenticidad de la mentira,
defensora de su falsedad certera.
Hacia Edemburga va, hacia Edemburga…

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¡CUERPO A TIERRA!

¿Por qué la ira me sorprende en el camino?
¿Por qué al pecho se me engancha
como un broche que va centelleando
y confundiéndome los astros?
La soberbia me arrebata hasta el punto
de lanzarme cuesta abajo y alejarme de mi lado.
¿Por qué este estallido de insolencia?
¡Váyanse, váyanse los pulcros versos!
¡Jamás se vaya el desbarato de mis huesos,
la sola y ardua cuestión que me desuela!
Es locura esta furia desatada,
¿acaso extravagancia?
Vesania testaruda es,
nada que no cele el bicho venenoso.

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EN TUS OJOS

Anida un fiero pájaro en tus ojos,
que agita sus alas sin descanso,
que hurga con su pico en mis pupilas,
que clava sus garras en el alma.
Acecha el negro pájaro escondido,
el negro pájaro anhelante.
Y esperando que te mire,
sin dejar que te contemple,
abre su pico hiriente
para más herirme todavía.
Anida un fiero pájaro en tus ojos…

VIENTO

¡Maldito soplar!
¡Soplar delirante, inagotable, odioso!
Una ráfaga consigue desviarme del camino,
entretenerme con su volar vehemente.
Sólo el silbo del viento:
su locura loca revolviendo mis ideas,
su locura desatando la calma que los dioses,
un día, hasta aquí trajeron.

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HELADA

En el cielo de ondulante y frío metal
palpita el delgado sol de los inviernos.
Minúsculos topacios se quiebran en mi frente.
Transparencia azul al borde de los ojos.
Al borde de los ojos el azul del frío:
frío de hielo y desafecto.
En el pecho, el mudo color y el ártico sentir.
No estoy sola:
una imagen de piedra cristalina,
arrellanada al borde del camino, me acompaña.

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A LÍBERA

No tengas prisa en regresar, Líbera, a tu prisión.
Es mudo el flotante aletear de la lechuza.
La bruma se esparce liviana a través de tu cuerpo
y de cada cuerpo que a su paso encuentra.
Vacila ante tus ojos la llama que, pausadamente,
hasta desaparecer se irá extinguiendo.
No tengas prisa en regresar, Líbera, a tu prisión.
Sé antes de las leves rosas, sé de ellas.
Y sé de las cenizas de un ocaso que nunca imaginaste.
Despierta, despierta, bella adorada sin dudas,
antes de que estalle el alma, antes de que estalle.
No tengas prisa en regresar, Líbera, a tu prisión.
Despierta, despierta… Acaso él nunca te encuentre.
Nunca el grito pavoroso o la riza de tan larga muerte.
Nunca el ruber de una aurora sobre el beso de tu boca.

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CARA DE CABALLO

«¡Eh, Cara de caballo!», gritó alguien
desde cualquier vagón de un tren en marcha.
La insultante voz se estiró con fuerza…
Y, resbalando, cayó hasta el andén
por donde un joven deambulaba.
Cara de caballo sintió un frío contento
cuando se escuchó nombrar de tal manera.
¡Qué tristeza!
Albergué yo la ofensa en mi interior.
Nadie se detuvo.

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MI GATA

Derrumbada sobre el duro plano,
indefensa, muertecilla está mi gata.
Sin aliento alguno se me va escapando,
se me va escapando…, mas conmigo,
por un instante, sigue. «¡Missi!,
¡Missi, Missi, mi animalillo loco,
mi vieja lanuda desatada!
¡No te vayas!
¡No te vayas, mi celosilla arisca!
Si pudiera darte la fuerza que te falta,
el aire que no encuentras,
mi querida felina acechadora».
Pero mi gata se me muere.
Se muere con un sufrimiento gatuno y silencioso.
«¡Vuelve, mi pequeña demoniaca!
¡Vuelve, vuelve!
¡No me dejes!»

A LAS PUERTAS

Esta que soy, compasiva incorregible,
opuesta a todo, dificultosa por benigna,
de antiguo viene, de muy lejos, de muy lejos.
Viene de la tormenta, la ceniza y la niebla.
Con asimetría perfecta y ánimo troncado
de antiguo viene, de muy lejos, de muy lejos,
de tan lejos que buscando va por dónde se regresa.

••• ••• •••

NO LLEGARÉ A EDEMBURGA

No llegaré, Sombra amada;
no llegaré a Edemburga si no cede la noche,
si no cede a los muros que la encierran.
Si el infinito techo me obsequiara
con tan sólo uno de sus amaneceres
—como en un imaginar de criaturas—,
me daría por más que complacida.
Pero no llegaré si no cede la noche,
si no cede a los muros que la encierran.
¡Ceda la noche, demando, pido, solicito,
oh, a este excesivo adormecerse de lo vivo!
Soy presa del sombrío que se ha desatado
y que muy lejos de extinguirse
parece aún más agrandarse…
¡Qué desmesura! ¡Qué ceguedad!
¿Y en dónde se ha recogido el astro
ese que Edemburga entera enciende,
ese que nunca dejaba de encontrarme
y de arrojar sobre mí sus llamaradas?

••• ••• •••

Detrás de los muros, madre,
me espera la dorada tierra de mi infancia.
Llegaré a Edemburga, madre, llegaré.
Besaré la tierra.
Y me lanzaré a las aguas cogida de tu mano,
porque sin distancia no hay memoria.
Furioso es el paso que me lleva
al regazo donde dormida me despierte.

••• ••• •••

Un fucilazo revienta:
ya ceden los muros de la noche.
¿Será que vuela el lobo
y aúlla el gavilán?
Estrellas de bronce y lunas de alabastro al cuello llevo.
Al cuello el cendal de oro, cristal y viento.
Llegar a Edemburga, llegar.

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