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Irmina

Camelia

¿No es camelia tan hermosa
que porque no pretende serlo
aún más bella y singular parece?
Tan perfecta que temo dañarla;
tan gentil que desea complacerme;
tan cuidadosa que, en el pecho,
quiere ser el broche que sujete mi alegría.
Deseo alcanzarla para que decore
con su exquisito tono nacarado
un tirabuzón de mi cabello.
Primaveras habrá mil,
pero un sólo instante poseo
para sentir su caricia imperceptible,
para arrancarla de su tallo,
para en el corazón prenderla.
Bajo la pérgola, impaciente,
espera que mi mano la sostenga.
«¡No!», le digo con firmeza.
«Nadie tentará ni uno sólo
de tus pétalos inquietos».
¿No es camelia la flor
que entre todas más me quiere?
¿No es la más grata y generosa
y, acaso, la más desgraciada,
pues por no tener ni de perfume goza?

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