Mientras espero el momento de mi ejecución escribo a Carmit y a Ambrose sendas cartas. He rogado a ambos que no hagan público, siquiera entre ellos, el íntimo, personal y esencial contenido de las mismas.
Como apostilla a mi relato (declaración) escribo acerca de Sibi:
Carmit, sin permitir que la nostalgia se desvaneciera, sacó del mismo cofre en donde reposaba el viejo catalejo del capitán una hoja de papel de carta plegada por la mitad. Después, había desdoblado la hoja y me la había colocado por su cara escrita ante los ojos, tan cerca que no conseguía apenas ver nada. Yo había retirado un poco el papel, con cuidado para que ella no se sintiera ofendida. Claro que sentía curiosidad por saber de qué trataba el texto (bien podía haber sido sobre Aleth).
El manuscrito contenido en la envejecida, amarillenta y finísima hoja se extendía a lo largo y ancho de la misma perfectamente centrado, permitiendo así que el dorado filo que enmarcaba la lámina se hiciera más visible. Las no muy largas frases se alineaban con precisión milimétrica, y en la caligrafía se apreciaban el ritmo ligero de la pluma y el placer y sentimiento con los que parecía haberse trazado cada una de las letras. Todo ese conjunto de manifestaciones hacían del manuscrito una hermosa y muy personal composición gráfica.
«Firmado con una S de Sibi», dijo Carmit. Y leyó pausadamente:
LA FUERZA DE LA VIDA
Habré de encontrar la forma, alegre o agria,
en que este pecho,
en donde dos corazones laten,
respire con la fuerza de la vida.
Sabes que me abate el recuerdo,
que la memoria ha venido a desgarrar,
a arrancar cada una de mis venas,
a llevar de ellas un chorro de su sangre ardiente.
Hoy me arrastro por las verdes colinas
y miro las piedras de miel de nuestro viejo pueblo
—en donde, enclaustrada, abogo por mi vida—.
También observo a los inocentes animales
que, con sus formas de nube, tanto me entretienen:
me entretienen y me divierten tristemente.
Dibujo en el cosmos un hogar inmaculado,
un hogar que recuerda el paraíso,
un hogar con estrellas y flores blancas,
un hogar…
Habré de encontrar la forma, alegre o agria,
en que este pecho,
en donde dos corazones laten,
respire con la fuerza de la vida.
He estado en aquel lugar remoto,
en aquel lugar que tú has olvidado,
en aquel lugar que aún esconde entre sus muros
los más elevados sentimientos.
He pensado no volver allí jamás,
pues una lluvia de recuerdos ha caído sobre mí.
Me he despedido de ese sitio con la inquietud,
con la pena de una niña huérfana.
Empapada por el dolor y por la lluvia,
he vuelto a mi universo.
Habré de encontrar la forma, alegre o agria,
en que este pecho,
en donde dos corazones laten,
respire con la fuerza de la vida.
Carmit guardó la hoja en el cofre. Tan bello poema no debía ser olvidado.