Escribí en una ocasión:
Si el Sol me arrullara, me arrullara.
Si a mí trajera la imagen más sincera.
Si en mí inspirara el más alegre verso.
Si el Sol me arrullara, me arrullara.
Si sus brazos en mí hundiera, los hundiera.
Si su panza refulgente
de las sombras y del daño me librara.
Si el Sol me alumbrara cada noche,
me alumbrara con su fuego renaciente.
Y me guiara, me guiara el Sol en su derroche…
Y si cierto fuera que estas sombras,
sombras que a mi lado veo,
no son sino negros cuervos,
cuidaré que no me sean fieras enemigas
sus aladas capas voladeras.
Si el Sol me arrullara, me arrullara…
Pero más allá del horizonte se dejará.
Se dejará, se dejará,
se dejará hasta en nada convertirse,
hasta ser inexistente, inexistente… Nada…
Y yo, en el silencio inmóvil,
presa seré de esas sombras.
Mirarán mis ojos un mundo nubiloso
pero claro y contundente.
Si el Sol me arrullara, me arrullara,
me arrullara el Sol, si me arrullara…
Si a mí trajera la imagen más sincera.
Si en mí inspirara el más alegre verso.
Si el Sol me arrullara, me arrullara…
Si sus brazos en mí hundiera, los hundiera…