A la feliz y frágil amapola
a quien, en esta fiesta por los dioses bendecida,
has de abrazar con la furia de tus manos.
Sí, sí, sí, con la furia de tus manos,
con el fatuo de tu frente,
con nefando grito en tu garganta.
Una feroz fanfarria flamea
en la noche tan fogosa como fosca.
Tú, fiera sin ánima,
por enflaquecer las culpas,
desgranas tu pérfida fuerza,
colmas tu boca de deformes frases,
excitas al máximo el fuego de tu pecho.
¡Oh!, deja a la más leve flor de entre las flores,
a la amapola de fugaz y feble tono,
al ababol que al azul del céfiro se aviva,
pero que a la ráfaga frenética sucumbe
(como a tu monstruosa y febril fantasía).
Deja a la rosada niña flor,
a la flor de pálido fulgor,
a la flor de fútiles y afelpadas alas.
No, ella no quiere a tu lado fenecer;
sólo a Morfeo desea ofrecer su sueño.
Déjala a él encomendarse.
Déjala flotar como favila en el éter.
A la feliz y frágil amapola
a quien, en esta fiesta por los dioses bendecida,
has de abrazar con la furia de tus manos,
con el fatuo de tu frente,
con nefando grito en tu garganta.
Oh, profanador:
su fragancia en tus cueros enfrascada,
su reflejo en tus ojos reflejado,
su confianza a ti entregada.
Del profundo amor que siente por su Orfeo
quieres, con nefasto gesto, apartarla;
y de su perfil divino
un fabuloso festín confeccionar.
Ay, primavera sin final: triunfo y fatalidad
en esta fiesta por los dioses bendecida.
Ay, nada me habrá de conformar…
Hoy sin ya mañana, hoy sin la bella sinfonía
que no mecerá más su alma.
Hoy con sólo el fervor de la memoria,
pues a la fatiga, al fondo daño,
al desfallecer de infinita y funesta noche
ha seguido el frío de la muerte.