Yo pertenezco a un estilo de vida minucioso.
Tú, desconocida amiga, prefieres hablar de ideología.
Piensas (al menos te has formado una idea)
que dependo de esa que te ha dado
en llamar «Ideología de vida tétrica y contenida».
Y así pienso yo también, no creas,
quizá porque tales escogidas palabras
han de entenderse en una acepción más personal,
más disímil, más verdadera en su contexto:
algo prioritario por los ángulos tan únicos
que a cada una de nosotras nos conforman.
No, no voy a definirme
como un simple cuerpo geométrico, faltaría.
¿Que por qué te hablo de esto?
Porque piensas, crees, intuyes o te han dicho
que una forma de existencia no muy habitual,
como pueda ser la mía, y cierto es que lo es,
es defectuosa e incompatible con tu modernidad;
y porque no voy en busca de la falsa felicidad:
ese no caber de contento a toda hora;
y porque te dices tolerante y comprensiva
y neutral cuando en realidad te encierras
en pláticas filípicas hacia mi persona;
y porque te arrimas más a la apacible orilla
que al cantil por donde tantas veces yo he caído;
y porque no te dejas llevar por la furia inmensa
que rompe las ideas y las observa y analiza
pedazo a pedazo y en su vertiente más íntima;
y porque no te conduce la fuerza de tu alma
(la mía es sólo media, dicen), sino el conformismo
bien avenido contigo misma y con tu entorno.
Por todo esto, te hablo y te hablo.
Y no dejaría nunca de hablarte y hablarte.
Tantas cosas quiero decirte…
Te empuja una necesidad no consciente
de sentirte satisfecha con cada uno de tus actos.
¿Sabes?, te han grabado entre las arqueadas cejas,
bajo la tersa frente de blanco y duro marfil,
sobre el fango nebuloso del cerebro
una leyenda que se opone a mis creencias.
Ay, mi querida desconocida amiga,
sé que en la liviandad de la nada te levantas,
sin pesar alguno sobre tu pecho henchido de gloria,
sobre tu planchado espinazo.
Ay, si acaso te rozara el blando céfiro de Lope,
o si te azotara la vehemencia del viento de Cernuda,
o si el golpe de viento que a tumbos se llevó
el corazón de Alfonsina también tu corazón llevara…
Mas no te arrastrará sino la ventolera
de cada novedad que han venido a establecer
aquellos que tan perfectamente te entienden.
¡Quiénes!
¿Quiénes?
Aquellos que no conoces porque tú no quieres.
Pero no saldrás volando, no, a no ser
que lo hagas en un gran pájaro contaminante
que habrá de conducirte a algún lugar (¿?)
que no te atreves a imaginar siquiera,
porque ni sabes ni quieres ni puedes soñar,
porque en tu minúsculo universo,
donde admirables aventuras crees vivir,
no has dejado ni un rincón donde encontrarte.
Y no darás lugar a hacerlo, desconocida amiga,
porque no has tenido tiempo de pensarte.
No, no has tenido tiempo de pensarte…
De tantas cosas quiero hablarte…
Llegas a tu reino, con corona de hojalata,
cetro a punto de doblarse
y larga capa de polivinilo,
a acomodarte en un trono confeccionado
sólo para tus hechuras de falsa soberana.
¿Sabes?,
guardo un pensamiento inexplicable para ti,
para quien lo definidísimo,
la publicidad y su mensaje es ley sagrada.
¿No ves que te han convocado a su antojo?
¡Quién eres!
Lo saben los poderosos dioses del engaño.
¿Quién eres?
No me importa.
¿Con el adjetivo «ignara» he de apodarte?
Querida Ignara: no quisiera.
No tienes nombre sino garabateado en un papel
que ni florido ni enmarcado ni cuidado
no llevas en el corazón, pero sí en un vaquero roto
y gastado que tan siquiera te han cobrado.
Y seguramente me equivoque,
pero tú, querida desconocida amiga mía,
ya te encargas de anunciarte sin reservas:
a golpe de risita, tuit, estado y selfi.
¿A cuánto vendes el kilo de despojos?
¿Por cuánto ofreces cada acontecer diario?
Ay, agacha la cabeza hasta topar con tu nariz
en la pantalla, de tan manida pegajosa,
y reenvíame los memes más graciosos (ja, ja, ja).
Y no gires la cerviz, no, no vayas
a dejarte sorprender por un breve pensamiento
que turbe tu feliz paseo alrededor del postureo.
Ya te mando yo un «me gusta» y mi consuelo.
Arriba el pulgar
(gracias que no estamos en la antigua Roma).
¿Alguna vez te muestras de esa otra manera
más profunda, tanto que no tiene en ti cabida,
salvo si has venido a confundirte de jugada?
Creo que te enredas en una maraña
de nada más que ajenos y nimios pensamientos.
Me llamas sin par extraña de la vida
porque no me sirven tus manidas frases hechas,
esas que envías a diestro y siniestro,
por arriba y por abajo, por aquí y por allá,
sin comas ni acentos ni estructura alguna.
¿Conoces a Unamuno, a Quevedo, a Teresa?
¡Qué brillantez tan oscura ilumina hoy
la tempestuosa noche
a la que te consagras sin recato ni conciencia!
Y es que a ti sólo la fiesta te consume,
a mí lo que creo injusto y arbitrario
(sepas entender esta paradójica comparación).
Te mueves en este preciso momento,
tan conmigo, que creo conocerte demasiado.
Un día nos encontrarán a ambas enfrentadas.
Ya lo estamos.
Pero no te hablaré de esas cuestiones
que puedan aún más involucrarme
en lo que tú tan siquiera conoces:
mi tétrica y contenida vida.