Saludos, fiel escéptico de los versos.
Saludos de quien no pretende persuadirte,
sino tentarte.
Hoy todo me inspira,
todo sacude mis arterias y las desangra
en un torrente de escarlata imaginación.
¿Quién me conoce que no me haya asestado
en el pecho un golpe o me haya atravesado
con espada de infinita y obstinada punta?
¡Cuánto tiempo sin saber de nosotros mismos!
Ayer éramos ayer por tanto tiempo...
Te cuento cómo a lomos de un animal rampante,
entre auras y desatados vientos,
sin huir de la catástrofe que me amanece
y simulando mi propio aliento,
me entrego a la aventura de este instante.
Acaso ni el plomo me impida el paso
hacia ese otro momento
helado y oscuro como hondísimo sepulcro.
Pero incluso tú, fiel escéptico de los versos,
querrías abordarme en mitad del camino,
salir a mi encuentro oculto entre la niebla,
como lobo hambriento, como tú mismo,
como tú, parvo de palabras que cautiven.
Pero búscame, búscame si quieres…
Me hallarás en un bosque de verde deshojado,
de viejo amarillento secarse de sus frutos,
de centelleantes soles que lo describen,
de espinas abiertas hacia un horizonte que no existe.
Búscame, búscame si quieres…
O no lo hagas:
arrastraré esos asombrosos bosques hasta ti.
Nadie, no sufras, se enterará de mi descaro.
Yo resucitaré tu alma.
¡Qué hundirse en la divinidad de los poemas!
Todo me inspira.
Ayer éramos ayer por tanto tiempo...
¿Acaso la golondrina que hoy planea
a ras de tu sombra y tras la figura que te huye
no imbuirá tu corazón
de un irresistible y sugerente arrebato?
¿Acaso la flor que junto a ti dormirá mañana
no habrá de cubrir de poesía tus labios?
Dime, dime, ¿no?
Todo me inspira.
El líquido sagrado de los dioses rebosa ya tu copa
y quiere socorrerte de todos los males
y alimentar tu boca como oscurecida sangre. Rompe mi corazón si así lo quieres:
no hay roto que enmendarse no se pueda.
¡Oh, qué infinitos daños se me acercan
con fiero propósito y sin ánimo de enmienda!
¡Qué más da, poco me importa!
Todo me inspira.