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Irmina

A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo

I – UN PRIMER PENSAMIENTO

¿Quién me dejó perdida en el camino,
aquí, a medio florecer de la conciencia?
¿Quién moldeó mi cuerpo con argila
y se sentó buenamente a contemplarlo
y a ver cómo cocía su blancura?
Busco en mi rosa de los vientos
la flor de lis que apunta al Norte.

Vine a nacer donde no toca.
Y vine a descarnarme como el muerto animal
que al voraz buitre se ofrece.
Vine, como una Ofelia enamorada y loca
o como un bello Narciso vanidoso,
a ahogarme en las aguas de la vida.
¡Cuántas penas en mi cansado pecho
al pasar por el otoño menos mío!
¡Cuánto silencio en tu frente de alabastro
al corte de cizalla que ha de abrirte paso!

Mira tu reloj.
Has venido a nacer cuando no toca,
casi ya cubierto tu ser de rosas y claveles,
cuarteada tu joven piel por el viento helado,
herida tu carne por la afilada espada
que al cincho llevamos cada uno.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.
Pronto echarán tus pies a correr como gacelas,
y las alondras de tus manos rozarán el infinito;
mas la espuma de la mar navegará imparable
a encontrarse con el dorado de tu pelo.
El delgado rubor de amapola en tus mejillas
no me inquieta: más eternal que fugaz parece,
pero sólo es efímero color
en la existencia que te está acogiendo.

Mira tu reloj.
¡Míralo!
El blanco que ahora es cuna
podría ser mortaja en un instante.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo

II – HOY HE VENIDO A MORIR

Miro mi reloj.
Lo miro atentamente.
Por todo lo pasado me comprendo:
yo, santa mortal en alianza con la muerte.
La muerte:
a un chasquido de sus dedos dejaré de ser humana.
Y mientras tú te entretienes con tus risas
y te escondes de aquello que ha de llegar,
yo me embeleso en mi tortura.
A mis venas, por donde la sangre va escapando,
han de llegar los fríos del invierno.
¿Qué pensará mi cabeza que no piensen mis tripas?

Hoy he venido a morir,
a desterrarme a mí misma de mi ser,
a dejar que mis heridas de verdadera mártir sangren.
He cantado un himno a la muerte
y he implorado a un Dios que no conozco.
Después, he dejado que blancas azucenas
me vistieran el alma y ocultaran mi cuerpo
a las álgidas miradas del mundo.
Yo era un cadáver más helado todavía:
el rosicler del alba no me despertaba.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.

III – VENUS

Tú, hoy Venus, mañana sólo polvo y tierra,
al espejo de Cupido asomarás tus ojos.
El hermoso reflejo dormirá unos segundos
entre las sombras y las luces de tu lecho.
Creerás entonces que se detiene el tiempo,
pero de la tibia felpa de tu alma
cuelga un péndulo que oscila su armonía.
Mira tu reloj.
Es ahora.
Tempus fugit.
Llevas la cuenta equivocada
de esas horas que en ti van a cebarse.

IV – ABEJAS

Miro mi reloj.
Lo miro atentamente.
Hoy quiero revolotear sobre un panal de abejas,
libar de la flor más grande y blanca de la vida
—que ahora está sembrada de una nieve nueva,
brillante, merengada y tan limpia de mal
como el alma de un ciervo—.

Me he topado en mi volar de insecto
con la oportuna imaginación del poeta.
¡La nieve se ha tornado primavera!
Las abejas han dejado de hibernar su vuelo.
Y el arrebol del viento ya caldea la mañana.

Mis mil ojos buscan el dulce néctar.
Aletear sobre el reino flotante,
a mí que no soy reina ni zángano ni obrera,
me ofrece más ventaja que otra cosa.
Nada es lo que parece:
la luz contra el ópalo se estrella y en iris se convierte.

V – REINA DE LA INSENSATEZ

Hoy discutes entre rivales devotos de la vida.
Y te irritas.
Y te aventuras a avenirte con los ¿ángeles?
más prósperos del paraíso
creyendo que conservarán esa vida tuya
que aún ignoras que ha de terminar.
El cielo, entre púrpura y rosáceo, deseará
acoger tu sentimiento adolescente,
tu locura de púber inconsciente,
el desorden de tus pensamientos.
De él nacerán vientos, mareas y tormentas.
Has venido a nacer donde no toca.

Vestida con tus ropas descosidas,
reina de la insensatez, dulce y fragante pétalo
en las manos ardientes de la noche,
suspirarás por encontrar el increíble amor
que sólo por un instante será cierto.
Tú, quien para mí ni nombre tienes
y a quien ahora quizá pueda llamar ¿Erola?,
serás bien pronto destronada.

VI – HOY VENGO A REÍRME DE TODO

Miro mi reloj.
Hoy no quiero sino a la luz plomiza y gris
del más ardiente sol palidecer,
dejar que mi sombra se pierda en ella misma,
y que al roce leve del furioso vendaval
se levanten mis brazos hacia el suelo.
Hoy no vengo a escribir versos difuntos.
Hoy vengo a reírme de todo.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.

Quiero llenar mi copa del más caro vino
y, en honor a Erígone, columpiar mi alma.
Y quiero, como un Apolo que no ha de morir,
portar mi manto, mi arco y mi carcaj de flechas.
He venido a nacer cuando no toca.
¡Ay, tú no me comprendes
aunque tan sólo un instante nos distancie!
He venido a nacer donde no toca.

VII – NINFA

Mira tu reloj.
¡Míralo!
Hoy, hermosa y sugerente ninfa,
con túnica de traslúcido y etéreo vuelo correteas,
tú, a quien Homero en inmortal ha convertido…
Pero un día, entre cenizas,
vacía, unida a la muerte, tan unida,
con tus largas alas de alcotán y tu boca seria,
sin risa, sin el rojo sentir del corazón,
sin la pasión, que dejarás olvidada a un lado,
te irás perdiendo en una ráfaga de niebla.
¿Acaso no te faltará el aire que respiras?
El céfiro vespertino virará su rumbo.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.

VIII – YO TE ALABO

Hoy la nieve tiene un punto violáceo,
lívido, de lirio, casi de brillante amatista.
Cuando el sol la llena de un ártico reflejo
parece convertirse en plástico.
Tú huyes del frío.
Y huyes del miedo.
Y yo te alabo por eso y porque no sabes
que tus labios no hablarán jamás por ti.
¿Acaso sí podrían?
Acaso algún día el tiempo lo permita.
Mira tu reloj.
Una corona de mirto ciñes en tus sienes
para que comience ya a deshojarse.

IX – POE

He analizado la opinión de Gautier sobre el poeta,
y hay tanta verdad en sus palabras
que he llorado con las mil lágrimas
que aún aguantaban en el alma.
¿El alma mía?
¿Qué hacer si mi pensamiento se declara
infeliz, agorero, díscolo en contra de lo esperado?

Miro mi reloj.
El ángel que fui ya se ha escapado.
Se fue yendo mientras yo iba viviendo
como tú: erguida, inconsciente, victoriosa,
sin rendirme al poderoso frágil tiempo.
Pero ese ángel que no soy me incita a la pelea;
quiere vengar cada minuto que ha perdido.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.

X – RELOJ DALINIANO

Mira tu reloj.
Se funde al más puro estilo daliniano.
¡Míralo!
Cuelga de una rama seca y solitaria,
como un trapo tendido al sol del mediodía.
No confíes, pues cada segundo volará
con la avidez del pequeño colibrí.

Mira tu reloj.
Y cuando reposes para siempre,
ni feliz ni triste, en una nada absoluta,
tú que ahora el silencio estás llenando
con tu risa, no te preguntarás siquiera
por las horas, por los días, por los años:
ese tiempo que no sabes que no es tuyo.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.

XI – EROLA

Nadie nos dijo nada.
Nadie al trote de las almas nos bendijo.
Nadie distrajo ni entretuvo el paso de los soles,
la órbita de los planetas y las lunas…
Has venido a nacer donde no toca.

Erola (deja que así te siga llamando):
busca en tu rosa de los vientos
la flor de lis que apunta al Norte.
Has venido a nacer donde no toca,
de manera accidental, imprevista, casi inútil…
Y ajena a tu momentánea existencia,
tanto tardarás en descubrir tu fragilidad
que antes te habrá de llevar el sueño eterno.
Nada tendrá sentido entonces.
Mas en tu ignorancia te quieres convencer
de la interminable perfección de la vida.
¡Aleluya por tu inocencia!
¡Aleluya!

Mira tu reloj.
Tú que fuiste amamantada
con la lánguida luz del véspero otoñal
y que en tu primera noche dejaste media vida,
vas poco a poco dejando la otra media.
Mas en tanto el leve éter que te tiene
contenga el perfume de las rosas,
bastará para complacer tu pensamiento.

¿Sabes que un flecha maliciosa apunta
al centro mismo de tu cuello?

Mira tu reloj.
¡Míralo!
Al gemido inevitable de tu garganta
caerán las perlas que la adornan.
Y por el cantil de tu vientre, donde ha puesto
sus manos el amor más vehemente,
excedido, ciego, arrollador,
irán cayendo esos huidizos aljófares.
Se te irán perdiendo entre luces y tinieblas.
Resbalarán como pequeñas lunas por un cielo
que nunca antes habías contemplado.
En tu inquieto Universo no existe el caos.

XII – NIKÉ

Mira tu reloj.
Tantas veces deseaste elevarte
sobre los azules bronces del océano…
Una diosa en otra diosa convertida:
Tú.
Tú en la dura proa de la vida
anunciando tu victoria sobre el tiempo.

¿Crees acaso que tu triunfo
podrás conjugar contigo eternamente?
Pero si aún ha de llenarse tu alma
—aclamada por elogios y aplausos—
del desprecio que de la mía ya se prende.
Si aún ha de empujarte fiero turbión.
Si aún ha de perderse el ancho hueco de tu frente.

Te has girado levemente a contemplar,
con tus húmedos ropajes de alada diosa,
las nubes de polvo que sobre las rocas
ponen su blanca inconsistencia.
¡Inconsistencia!

Mira tu reloj.
¡Míralo!
Nadie vendrá a salvarte como a la sagrada Niké.
A grandes llamaradas el sol irá secando
las telas que apenas te resguardan.
Has venido a nacer donde no toca.
Es este inevitable fatum nuestro.

XIII – LA CORTINA ALMIDONADA

Hoy guardan luto las abejas:
rondan entre los vientos de la tarde.
La nieve cae sobre el alero de tu alma
mientras tus manos silenciosas y tiernas
despliegan una cortina almidonada.
La luz acrisolada te acaricia
y te llena la mirada de misterioso brillo.
El lustre de tu rostro es ofensivo
y recuerda que el marchito ha de llegarte.

Mira tu reloj.
La cortina se descuelga en la otra orilla del mundo.
Pero tú, ciega de todos los males,
virgen aún del pensamiento que a mí
—loca de verdades— me hace delirar,
quieres asomarte tras el haz de tela.
Hasta allí no llegan las abejas.
Mas cualquiera de ellas clavará con saña,
en un descuido de tu aburrimiento,
su aguijón en tu tierna carne.
Morirá la abeja.

XIV – EL ARBUSTO PERFUMADO

Mira tu reloj.
Subirás a una columna rodeada de laureles.
¿Qué triunfante baile de tu corazón
sentirá tu pecho cuando desde el alto,
altísimo imaginario sólo vivas primaveras?
¿Será tu alma como ese bello arbusto perfumado
que dejará sus hojas revolver tus pies?
Oh, si Daphne fueras…
Pero desde el pedestal caerás a ras de suelo.

A ras de suelo.
Mira tu reloj.
¡Míralo!
Frente al hueco abierto sólo para ti
llorarán mil huérfanos heridos por tu ausencia.

XV – EL POSTRER DÍA

Miro mi reloj.
Al ritmo de rabeles dejaré la vida,
pues de un sonido tan hermoso
y viejo querré acompañarme.
¿Cómo consentirme a mí misma?
¿Una tiara de romero, margaritas y petunias
con que ataviar mi ser yacente?
Ni Ofelia sería más ajena a tanto ensayo.
Me santificaré por tan cuerda decisión,
aunque sé que en mi cabeza muerta
esas flores serán tentación de vida.
¿Reirá alguien de mi languidecida corona,
para mí perfumada con el aire del destino?
Siempre el adversario acecha.
He venido a nacer donde no toca.

Miro mi reloj.
En mi frente sombras serán los pensamientos.
¿Cómo el alba en atardecida se convierte?
Las luceras más altas se abren al sol de la mañana,
pero mis ojos sólo ven la lobreguez de la nube
que dejará feroz tormenta en mi mirada.
Y llegará la tempestad arramblando con la vida…
Ay, en el corazón Quevedo ya sentía
con perfecto acierto el postrer día.

XVI – ENTENDIMIENTO

Si se me abrieran las puertas del infierno
vería el endemoniado mundo
con una cenefa de locura bordada en la cabeza.
Ni Caronte remaría en nuestras costas…
¿Acaso eres una Eurídice regresada de la muerte?
¿Acaso tú, con inexplicable ingenuidad,
querrías dejarte impresionar por mis palabras?

Mira tu reloj.
¿Cuántos Píndaros serán los que te digan
que no pretendas inmortal vida?
Nadie es más lúcida que tú
que aún pintas en el suelo círculos de tiza.
Aun así, empiezas a entender
este pasar que te ha ido llegando inadvertido.
Y tu risa, que ahora es mímica, sin sonido,
casi simbólica, es un preludio de tu conformidad.
A costa de tu vida y de la mía pasa el tiempo.

XVII – EL JARDÍN OSCURO I

El sol entero cabe en una mano:
la tuya cuando te acercas ligera,
azul, resuelta, liviana, casi sin peso
a la ventana que se abre ante tus ojos.
El sol entra por ese agujero inmenso
y cotidiano pretendiendo encontrarte.
Y te encuentra.
Un cendal ondea, sin discreción, sobre tu vientre;
tiembla porque es transparente como el aire.
Mira tu reloj.
Una pavesa escapa silenciosa.
Es ingrávida.
Es como tú.

XVIII – ¡ADELANTE!

No es una profecía.
Llegará el momento.
En tu mano guardas ya más pasado que futuro.
¡Adelante!
Y cuando tu combado cuerpo desnudo
aparezca, colgando de una nube de plomo
y viento, no será sino el sonido opaco,
sordo de la lluvia lo que en tu alma sientas.
¡Mira tu reloj!
No es una profecía:
es la vida tuya que acaba cada día
a pesar de que cada día empieza.

XIX – SOMBRA

Miro mi reloj.
Si al haz de luz que a mis ojos llega
un cuerpo impenetrable se le interpone,
yo misma bendeciré esa sombra,
ya que en mil trozos partirá mi pensamiento.
¿Quién me dejó al final de este camino,
aquí, a medio florecer de la conciencia?
¡Quién no acertó al darme las edades!
¡Quién dejó que el tiempo las llevara!
Busco en mi rosa de los vientos
la flor de lis que apunta al Norte.

XX – EL JARDÍN OSCURO II

En tu espalda nacen alas
que a duras penas se sujetan.
Tu cabello tiene los destellos de la luna.
Sales al jardín oscuro,
pues el sol lo llevas guardado entre tus manos.
Mientras, alguien hace mutis por el foro.
No sabes quién.
No lo sabes.
Mira tu reloj.

Te atruena el cielo,
que cae sobre tu techo de aire y polvo.
Pero la tarde es áfona y te desvela su silencio.
¿La tempestad quiere llevarse tus recuerdos?
Vas persiguiendo lo que no encuentras.
Sales al jardín oscuro y oxidado.
Marchita está la flor con la que has querido
adornar una orilla de tu cabello.
Mas tú besas esa flor con mimo,
con tanta compasión que acaso resucite.
No, nada hay tan tenaz como la muerte.

XXI – AYER I

Un escalofrío me recorre dulcemente.
Ni un rayo de luz el véspero ha dejado.
Ni una sombra permite distinguir los claros
y las lunas en la noche intempesta.

Mira tu reloj.
Ayer sobre la fría piel de blanco armiño
jugabas a encontrar blancas piedras.
La nieve hervía como sustancia divina
en tus mejillas y en tus sueños.
¡Corrías sobre el albo incandescente
con tus gruesas botas de cuero!
Después, te refugiabas bajo una pérgola de hierro
en donde las flores crisantemas habían muerto.
Un negro crespón caía del techo.
Ya eras una anciana.
Yo veía con mis mil ojos de abeja
cómo trazabas círculos de tiza en el suelo.
Aún no te había puesto nombre:
casi acababas de nacer, Erola.
Ya eras una anciana.

XXII – AYER II

El violentísimo encanto de la muerte
ha penetrado en tu conciencia.
Ahora invoco aquellos lejanos momentos
en los que ibas dorando con tus pasos
las sombras de la noche oscura.
De ti huían tus pies y la cautela.
¿Es qué fue hace cientos de años?
Pero si tan sólo un instante nos distancia.

Mira tu reloj.
¿Qué han hecho de su poder los dioses?
¿Y de su capricho?
¿Qué ha hecho Dios de su sabiduría?

Mira tu reloj.
¡Míralo!
No es la hora del rezo todavía.
No han encendido sus limbos los santos,
pero pronto rayará un reflejo albo y nítido
el profundo purpurearse de la aurora.

Mira tu reloj.
¡Míralo!
Y al romperse del más duro mineral,
ponte tu armadura de hierro y reza.
Reza, pues nada ha de calmar más tu corazón.

XXIII – LA NOVIA CLANDESTINA

Hoy está la nieve cubierta de azucenas,
como en las albas auroras floreadas,
cuando toda la Naturaleza parece
sólo digna de ofrendarse a los dioses.
Brillan tus ojos de novia clandestina.
Sabes que en una ocasión lo fuiste:
cuando tus rizos bajaban por tu espalda.
Tú, tan destinada a ser ni la sombra de ti misma,
has dejado de pintar círculos de tiza.
Hoy la nieve es tan blanca y perfumada,
tan profunda en su blancura de azucena
que ni una lágrima ni un esqueleto ha de profanarla.
Mira tu reloj.
¡Míralo!

XXIV – VERDES VALLES

Nunca engañaremos a la Muerte.
Habitaremos nuestras moradas gélidas
de un frío que sólo podrás sentir
cuando, en brazos de Morfeo
y acurrucada cual moribundo animal,
sueñes que todavía sigues viva.

Mira tu reloj.
Más te valdrá buscar en los verdes valles,
adonde hoy la nieve no ha llegado,
un sol que, por un momento, sea eterno
y tan penetrante que acaso te abrase y te deshaga.
Tú querrás correr por ese verde valle,
resuelta a dejarte llevar por mis augurios,
casi ya vaciada de huesos y de aliento.
Será una fiesta permanente para ti.

Mira tu reloj.
¡Míralo!
Tú, que aún no me conoces,
tú, a quien he de seguir llamando Erola
—la niña que pintaba círculos de tiza—
caerás en la fosa que nunca llegaste a imaginar.
Busca en tu rosa de los vientos
la flor de lis que apunta al Norte.
Has venido a nacer donde no toca.

XXV – NO ME HE IDO

Hoy en mi volar de abeja
veo cómo todas las flores se han abierto.
Desciendo a mis propios sueños
y me digo mientras escucho los rabeles:
«No me he ido».

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