He sabido por mis ávidos contactos, Colombine,
que hay razón para no encontrarnos:
el collar de perlas negras que luces en tu cuello,
estuvo metido en mi armario mucho tiempo.
¡Cómo entre los paños de seda de mi alcoba,
donde guardaba yo lo más preciado,
donde escondía las prendas de mi alma,
pudiste meter la mano sin empacho!
Ya no tengo collar que lucir ante tus ojos,
tampoco pretendo sacarte los colores
no mostrando mi cuello engalanado.
¿Quién velaba mis recuerdos?
¿Quién, Colombine, vigilaba mi aposento?
Y el alabastro donde conservaba mon parfum exclusif,
¿por qué te atreviste a agarrarlo con la holgura
que mi simpatía por ti te procuraba?
Perfume de lavanda (para mí alhucema)
lleva la noche a cuestas.
Un tarro de cristal labrado guarda el aire de la noche.
Velo por él.
No lo abandono, pues tiene el valor del oro.
¡Buen provecho, Colombine!
Bon travail!
No quiero mi collar de perlas negras.
No quiero mi alabastro.
Nada quiero que valga el importe del afecto.
Arlequin, ton amant, sabrá admirarte.
Pero déjalo, déjalo que vaya tras tu sombra:
te arrancará una perla del pescuezo con sólo contemplarte.
Bajo las gasas grises del cielo bailamos,
Colombine, algo desfavorecidas por el tiempo.
Bailamos vestidas con sedas y encajes.
Te presté mis pensamientos.
Te presté mi atención.
Tu alma era un tul que dejaba ver tus sentimientos.
Yo me eternizo en mi afán por escribir
mientras Pierrot pinta lunas con sus dedos.
¡Sublime!
Y yo, creyéndome Cervantes, envidio su gorguera blanca.
Nada más he de decirte, Colombine.